La mejor manera de ver cuánto nos cambia la vida es teniendo contacto con el pasado. Con esos seres fantasmales que enterramos para hacer su existencia ajena a nosotros pero que se aferran de vez en cuando a hacernos sentir su presencia de alguna manera; en este caso fueron llamadas y mensajes, montones de ellos y cartas. Extensas cartas de "te amo"s y "perdóname"s. Carajo, casi un año después estoy a 466 kilómetros lejos del cementerio de recuerdos que necesariamente dejé y aún así me visitan en estos días. Allá en una ciudad llena de toxicidad ambiental y emocional, donde me críe y que jamás pensé que fuera a dejar, ahí es donde yacen los restos de una vida pasada llena de amargura y miseria, o de menos eso quiero pensar, que allá se quedó eso pero me pregunto ¿y si la pesadumbre viven en mí? Quizás sólo me estoy disfrazando de mujer feliz, bondadosa y alegre porque en mis más profundos pensamientos todavía viven la melancolía y frustración de esos fantasmas que quizás no son "él" o "ellos" y más bien son "yo". No sé pero ¿qué importa? Niña, relájate. Al cabo hoy mi realidad es otra, la que por primera vez construí yo y no otros. Y no tengo recursos para avanzar que me alcancen más de un día a la vez, entonces fluye. Respira y ríe porque estás acá y no allá, estás bien y libre, porque el hogar no es un techo, ni paredes. Hogar es a donde pertenece tu alma y donde se siente descansada y plena. Hogar, hoy, es Oaxaca.