sábado, 22 de enero de 2011

Compasión

Sentir compasión:

  • De los que no tienen un padre o una madre que les diga "Te amo".
  • De los que son jóvenes y creen tener una vida completa.
  • De los que no tienen nombre, ni rostro y se arrastran en el anonimato.
  • De los que viven sin saber qué dirá su epitafio.
  • De los que nunca han sido sorprendidos por el sol saliente en una fiesta.
  • Por los que nunca han escrito un cuento.
  • Por los que jamás han llorado de alegría.
  • De los que no saben cuál es su color, película, libro y/o canción favorita.
  • Por los que nunca han mantenido una conversación con un niño de dos años.
  • Por los que creen en la integridad física sin saber preservar el espíritu.
  • Por los que ofenden en voz baja.
  • Por los que no tienen la capacidad de decir "adiós" por última vez y prefieren ser olvidados lentamente.
  • Por los que carecen de soberbia y sufren envidia.
  • Por los que dudan o dicen 'no' cuando se les pregunta si son felices.

domingo, 16 de enero de 2011

Viuda Negra

Sentada en mi cama, miraba fijo al vacío negro de la madrugada. De un recoveco profundo bajó una araña, aterrizando en la cabecera y sin miedo tomó un mechón de mi cabello y comenzó a tejer una trenza.

La ignoré.
En un intento perseverante de consolarme, la araña empezó a cantarme canciones de cuna. En rimas narraba cómo otros insectos eran devorados vivos cuando eran atrapados por sus redes.
Terminó con ese mechón y luego cogió otro, así sucesiva y cariñosamente hasta que hubo peinado toda mi cabeza. El repertorio de lullabies acabó.

El artrópodo insistía en curarme del insomnio. Hablándome al oído dijo que siempre me observaba. Habló de mi cuerpo que veía desde su rincón, mis manías y bailes frente al espejo. De mis carcajadas que hace días no escuchaba.
Terminó confesando lo mucho que extrañaba verme dormir, confesó que siempre bajaba a caminar sobre mí. Dijo estar enamorada.
Yo seguía estática. Sin saber qué más decir, la araña se acercó a mi cuello y lo beso tiernamente sin morder.

Por fin, sin dejar de ver al vacío , esbocé una sonrisa y susurré "gracias". Ella se apartó y trepó por la pared felizmente, mientras yo acomodaba mi almohada para descansar. Ya a punto de acostarme, tomé un libro de mi buró y lo azoté contra la pared: aplastando a la araña, que quedó embarrada. Luego entonces pude dormir.