viernes, 16 de diciembre de 2011

Carta al año viejo

Querido 2011:
Quince días más y te acabas. Se suponía que serías mío y me fallaste; definitivamente no fuiste el mejor año de mi, ya promedia, existencia.
Te agradezco que mi familia siga completa y que me diste a Gonzalo Gómez como lo más preciado, pero fuera de eso ¡¡apestas!!. No te extrañaré ni poquito.
Espero que el 2012 sea más grato, que mi paciencia regrese, que la felicidad me reine y que el éxito me ahogue. Porque tú, con tus jugadas chuecas, me dejaste en la calle. Eso sí, muy bien acompañada. En fin, qué bueno que no hay manera de que vuelva a toparte.

Gracias por pasar y no dejar que junto contigo me cargara la chingada.



Atte. Alecita Grinch



martes, 15 de noviembre de 2011

¿Quién?

¿Quién se llevó la vida feliz que tenía apenas hace algún tiempo? ¿Quién hace robo hormiga de mi inocencia? ¿Quién mitiga la sorpresa? ¿Quién quita mis ganas y mi aprecio? ¿Quién hiere mi sensibilidad y mata mi fe? ¿Quién me regala el sueño por las tardes y me ahoga en incertidumbre por las noches? ¿Quién dejó abiertos mis lagrimales? ¿Quién me inyectó apatía y me alimentó de amargura? ¿Quién me arrebató la convicción? ¿Quién me volvió sobria? ¿Quién me convenció de dejar de divertirme en la noche para llegar a dormir? ¿Quién me quitó la venda de la confianza y me abrió los ojos con engaños? ¿Quién me envenenó con la verdad de sus defectos? ¿A quién le pago el rescate de mis sueños secuestrados? ¿A quién le debo tanto rencor? ¿Quién mutiló mi familia y violó la ternura? ¿Quién me contagió de indiferencia? ¿Quién enamoró y lastimó mi soberbia? ¿Quién me abandonó?


Fui yo.

jueves, 11 de agosto de 2011

Pusilanime

Y así como si nada lo vi, frente a mí. Recargado en su carro rojo, nuevo, acabadito de salir de la agencia, pinche mamón. ¿Cómo se atrevió? Habían pasado dos años y lo más que había hecho por mí era... Nada. Y ahora se aparecía el hijo de la chingada para erizarme hasta el último poro de la piel con su pinche sonrisita de galán de secundaria de gobierno. Pinche naco. Pero ¿qué podía hacer? Si mi reacción fue la de una india deslumbrada, la verdad es que me estaba muriendo por dentro. Una sensación de esas horribles, horribles, de eso que te dan ganas de tirarte pecho tierra na más para que no vea la cara que pones, pero no lo haces porque las pinches rodillas no te responden. Y tu cerebro lo único que procesa es un "putamadreputamadreputamadre".
-¡Hola! a ti es a quien ando buscando.
Alcanzo a pensar: ya sé pendejo, no veniste a mi edificio na más porque sí.
-¡¡Pablo!! ¡Qué onda! ¡Qué gusto verte!
-¿Cómo estás chaparrita? Ya tanto tiempo sin verte. Te extrañaba.
Y en eso, ¡zas! el wey baja la mirada y me recorre enterita, es cuando me cae el veinte de que estoy en pants, tenis y la playera más holgada que tengo, sin bra abajo y lo peor... Con los pelos parados y la cara lavada. Ya sé, jodida jodida, pero no te burles todavía, que esa no fue la peor parte. Total pues el cabrón na más fija la mirada en la banqueta para disimular su pinche jeta de que de plano me vio pal perro. ¡Hijo de la..! Pero sí, me agarró en las peores, y que me ardo. Pues saqué el cobre, me hice la digna y a tirarle veneno, no me iba quedar en la misma postura de india pisoteada, no, no. Tenía que bajarlo a mi nivel y borrarle ese pinche brillito en los ojos.





domingo, 3 de julio de 2011

Provocación

Caminando en Reforma a la altura de Garibaldi, me encuentro con el cadáver de un gatito; miro alrededor en busca de algo que me explique cómo llegó ahí, pero no encuentro nada. Sin mayor contexto y con una mezcla de desconcierto y morbo, saco mi celular, apunto y disparo, sin detenerme un segundo a considerar cualquier posible conocimiento fotográfico que poseo.
Una foto espontánea, sin mayor planeación ni análisis de la escena. Sencillamente la tomé porque fue mi reacción ante aquel desolador cuadro. No duró más de 10 segundos desde que encontré el gato y saqué mi celular, cuando hice una reflexión: ¡qué cruel puede llegar a ser la ciudad! ¡Malditos sean quienes han pasado a lado del gato y lo hayan ignorado!

Después de eso, guardé mi celular, me di la vuelta y seguí rumbo, actuando igual que cualquier maldito cruel citadino.

viernes, 22 de abril de 2011

Deseo

Deseo que lo que amo se muera:
Para no sentirme responsable de mi descuido.
Para que en las noches no me pegue la culpa de ignorarlo.
Quiero que se pudra todo lo que adoro, que sea rápido para no sufrirlo.
Anhelo quedarme sola:
Libre de vivir mi tragedia sin perjudicar a alguien.

Ser la única protagonista de mi poca felicidad y mucha desgracia.
Quiero dejar de sentirme egoísta y serlo. No compartirme.
Y que por fin mi asco y apatía se derramen sin límites de cariño, compasión, amor y respeto.
Quiero que todos ardan y quedarme con cenizas sin llorarles.
Sólo entonces seré tan infeliz como lo deseo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Vestidas de negro I

*Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Runhda se despertaba cada día a las 6 am en punto sin necesidad de despertador. Antes de poner un pie en bajo la cama, tomaba un cigarro sin filtro y cigarros. Decía: Para empezar un buen día, hay que empezarlo con placer. La verdad dudo que a lo largo de sus 55 años haya tenido un amor más grande que al cigarro.
Ponía a calentar agua en una olla de peltre, salía al patio y le daba de comer a las gallinas. Nunca comprendí porqué la gente de pueblo le llama los pollos diciendo "cuni cuni".

Siempre llevó el cabello corto, chino, tenía una mirada profunda e indiferente, voz ácida. Era alta, delgada, escuálida. Usaba vestido olgados sin mangas, siempre floreados. Cruzada de brazos y siempre siempre fumando, incluso en las fotografías con sus nietos recién nacidos.

Vivía en una casa de tabique, lo que la hacía de las riquillos del pueblo donde las calles no conocían el pavimento y la mayoría de las personas vivía en chozas de adobe. Cuando
Runhda salía a comprar cigarros poca gente la saludaba. Era altiva. Todos la criticaban, es que una viuda de tres maridos, de los cuales dos habían sido millonarios dueños de huertas y de la única agua embotellada que se distribuía en el estado, no tenía nada que estar haciendo ahí. Mucho menos haberse casado con Aurelio, un indio, pobre, 22 años más grande que ella.


La última vez que vi a
Runhda se encontraba en una cama, gritando de dolor y maldiciendo a cuanto pasaba cerca. El cancer le había fundido las entrañas y los huesos. Nunca hizo caso del tumor en la matriz que 3 años antes le había sido detectado.
Los únicos momentos en los que se escuchaba silencio era mientras dormía, gracias a la morfina, y cuando alguna de su hija le prendía un cigarro y se lo llevaba a la boca para que aspirara.
Así, dio un último golpe al cigarro, sonrió y jamás exhaló el humo.

Nunca supe si la muerte de ella era una tragedia o un bien. Lo que jamás olvidaré fue cuando, dados los chismes por su nuevo marido, casi ignorandome dijo: Lo que me gusta de Aurelio es que es bien, pero bien valiente.
No sabía a lo que se reféría hasta 8 años después.

viernes, 18 de febrero de 2011

Pretty Scar

Ella no es de esas taraditas que se tatuan girasoles y cerezas no más para adornarse. Lo que ella buscaba era fragelarse, atentar contra su cuerpo. No buscaba vulgarisarse con estrellitas, para eso bastaba econtrar de esas que se pegan con babas.
El punto era sentir el dolor y que la marca de la pintura fuera sinónimo de cicatriz, y qué manera más bonita de vivir cicatrizada por un genio del masoquismo que convirtiera el sufrimiento en ritual de "belleza" y darle un significado que... Da igual.
Casi siempre las cicatrices horrorizan a las personas y era lo que ella quería; causar desconcierto, incluso repudio. Y usarlo como filtro para aquellos que deseaban verla y más aun: tocarla.
Disfrutaba la idea de estar marcada. Hacer de su piel el lienzo de un artista, cuya obra sería efímera y solo sería exhibida a sus amantes, hasta que muriera.

¿Te imaginas a la Mona-lisa enterrada siendo alimento para gusanos?

sábado, 22 de enero de 2011

Compasión

Sentir compasión:

  • De los que no tienen un padre o una madre que les diga "Te amo".
  • De los que son jóvenes y creen tener una vida completa.
  • De los que no tienen nombre, ni rostro y se arrastran en el anonimato.
  • De los que viven sin saber qué dirá su epitafio.
  • De los que nunca han sido sorprendidos por el sol saliente en una fiesta.
  • Por los que nunca han escrito un cuento.
  • Por los que jamás han llorado de alegría.
  • De los que no saben cuál es su color, película, libro y/o canción favorita.
  • Por los que nunca han mantenido una conversación con un niño de dos años.
  • Por los que creen en la integridad física sin saber preservar el espíritu.
  • Por los que ofenden en voz baja.
  • Por los que no tienen la capacidad de decir "adiós" por última vez y prefieren ser olvidados lentamente.
  • Por los que carecen de soberbia y sufren envidia.
  • Por los que dudan o dicen 'no' cuando se les pregunta si son felices.

domingo, 16 de enero de 2011

Viuda Negra

Sentada en mi cama, miraba fijo al vacío negro de la madrugada. De un recoveco profundo bajó una araña, aterrizando en la cabecera y sin miedo tomó un mechón de mi cabello y comenzó a tejer una trenza.

La ignoré.
En un intento perseverante de consolarme, la araña empezó a cantarme canciones de cuna. En rimas narraba cómo otros insectos eran devorados vivos cuando eran atrapados por sus redes.
Terminó con ese mechón y luego cogió otro, así sucesiva y cariñosamente hasta que hubo peinado toda mi cabeza. El repertorio de lullabies acabó.

El artrópodo insistía en curarme del insomnio. Hablándome al oído dijo que siempre me observaba. Habló de mi cuerpo que veía desde su rincón, mis manías y bailes frente al espejo. De mis carcajadas que hace días no escuchaba.
Terminó confesando lo mucho que extrañaba verme dormir, confesó que siempre bajaba a caminar sobre mí. Dijo estar enamorada.
Yo seguía estática. Sin saber qué más decir, la araña se acercó a mi cuello y lo beso tiernamente sin morder.

Por fin, sin dejar de ver al vacío , esbocé una sonrisa y susurré "gracias". Ella se apartó y trepó por la pared felizmente, mientras yo acomodaba mi almohada para descansar. Ya a punto de acostarme, tomé un libro de mi buró y lo azoté contra la pared: aplastando a la araña, que quedó embarrada. Luego entonces pude dormir.