lunes, 19 de abril de 2010

El veterano

Estaba el anciano frente a su máquina de escribir. El venir de las ideas y transitaba un coágulo en sus venas. Las palabras floridas salían a través de sus dedos arrugados llenos de cayos. Tlak-tlak sonaban las teclas con ritmo, ritmo de nostalgia que empañaba los lentes del hombre antiguo, lagrimas que inundaban sus cuerdas vocales que ya sin pronunciar sonido, trasmutaba su sentir en palpitantes letras que resaltaban sobre aquella hoja en blanco que tragaba y guardaba en su seno cada lucubración. Consumiendo tiempo, espacio, renglones y oxígeno, que sus canas no en vano se evaporaban y cual bestia, el pensamiento devoraba sus carnes dejándolo casi en el esqueleto. Nacido para morir, su epitafio se rasgaba sobre su columna vertebral que a pesar de ser corva aún aguantaba el orgullo enardecido del señor y un alma bien custodiada en la médula. Los recuerdos de la primera mujer que amó con pasión y las fotografías mentales de sus niños en pañales y chimuelos, el dolor de su madre muerta, la impotencia ante aquel despido injusto, las navidades, las borracheras con los compadres ¿Y qué quedaba? Un veterano loco y triste, para el que ya nada le servía un pan, ni licor, para el que una casa era demasiado y para el que ya ni a un perro era compañía. El coágulo seguía en curso, atravesándolo, recorriendo cada parte de su cuerpo, como bomba de tiempo. Ya para las últimas líneas de su escrito, el grumo de sangre llegó a su cerebro, dejándolo casi parapléjico. Ante su último respiro logró teclear FIN y falleció, murió un escritor viejo sin saber que había escrito su obra máxima, sin poderla leer, sin enterarse de qué trató su vida entera.

miércoles, 14 de abril de 2010

Insectos

En la ridiculéz de mis sueños futuros que adivinan y procrean variadas ansiedades porque entre tanta niebla tu rostro flotante se acerca. Búho. La obscuridad de la noche ha borrado los caminos de tus pies y manos que anduvieron hasta en mis cutículas, pero el reflejo de la luna acecha en tus feos ojos, en tu sonrisa que vaga de cabeza.
Allá en lo colosal del azar, sabemos que son posibilidades de números con milésimas infinitas de que nos podamos aguantar la respiración para no ser descubierto por el otro al pasar cual si fuéramos insectos indefensos escondiendo nuestras armas bajo alas de hierro.
Y me gustaría mucho tener ojos en la nuca, en los codos, en las rodillas y en las caderas para ver a dónde andas maldito moscardón. Que el futuro me desgarra y abre mi ser en dos, de él sale una Viuda Negra con ganas de hacerte en mi cama tejida por mis largas, largas piernas. Porque das sed a mi deseo, porque por ti, soy la ama y señora de la Necrofilia, que desde que te cubrí con mis redes ya ningún platillo vivo me apetecé. Yo no soy asesina, porque el corazón desde que te conocí no te latía, sin embargo adoro el tono azulado y asqueroso de tu piel.
Somos seres nocturnos que en la suerte y magia de la selva artificial no se han de encontrar, hasta que el murciélago nos coja y nos aviente de nuevo juntos al vacío y tengamos que mutar, ser insectos que buscan algo para devorar.

domingo, 11 de abril de 2010

Lentejuelas

Sentada en una silla, con un codo recargado en el barandal del atrio y la mano deteniendo mi rostro, contemplaba el campo a lo lejos, vi las hierbas agitadas por el viento. Cielo despejado. Reparé en una bugambilia naranja colgando sobre una barda de cemento, parecía como si quisiera escapar, como si estuviera trepando para huir; imaginé su fuga, poco a poco las ramas bajaron, deslizando y arrastrándose para pasar completa. No sé en qué momento mi sueño se hizo real: La bugambilia había terminado de saltar la pared y se incorporaba, como si se tratara de un hombre, la planta echó a andar en mi dirección.
Seguí recargada sobre mi brazo viendo al ser floreado que se acercaba. Un cosquilleo comenzó en mi estomago y se esparció hasta mis manos. La venas de mis muñecas resaltaban demasiado y era más azules que nunca, se hicieron unos pequeños bultos como si algo quisiera brotar de mis vías sanguíneas, entonces se abrieron y estambres de color azul salieron. Me puse de pie y jale los estambres pero no terminaban, solo se hacían más largos y quedaban rizados colgando.
El hombre bugambilia iba entrando en el porche, se acercó y con lo que serían sus manos tomó mi cara, dejando algunos rasguños en mis pómulos. Cerré los ojos con fuerza, él besó mi frente y después me soltó. Toqué mi piel, se sentían las heridas finamente infringidas. Miré al campo, las hierbas se habían fundido como óleo fresco, el cielo ya no azul claro era naranja con nubes de navajas y en lugar de estrellas brillaban lentejuelas pegadas con silicón. Mi casa y el porche se volvieron de cartón.
Entré al baño y abrí la llave pero en lugar de caer agua, salió sangre, mi sangre. Mis venas llenas de estambre y mi piel era blanca, era ya de porcelana. Subí a la habitación más alta de mi casa, salí al balcón. Respiré, el aire tenía olor a vainilla. Intenté volar pero no lo logré, caí, me estrellé contra el sueño y me rompí. De mi cráneo salieron mil orugas de papel crepé. El hombre bugambilia tomó mis restos, los enterró y de ellos nació un árbol que en lugar de frutos daba cenizas pegadas con miel.