sábado, 4 de mayo de 2013

Una mosca en el metro

Me gustaría que te llamaras Pablo. Me gusta ese nombre desde que era niña, incluso en los concursos de ángeles de la guardia en la primaria; maldita primaria, nos hacían dibujar o hacer una maqueta de nuestro ángel de la guarda y yo siempre nombré al mío "Pablo"; crecí y cuando aun creía en la posibilidad de tener hijos, pensaba que uno de ellos se llamaría así.
Te vi, todo vestido de gris: gorra, sudadera, jeans y tenis, todo pardo, sin embargo entre tantos colores que transitaban en el vagón, eras el más llamativo. Me quedabas de perfil; el perfil más varonil y bello que he visto en mucho tiempo. Con cejas gruesas pero no pobladas, con ojos casi grandes y una nariz parecida a la mía pero una versión masculina, más grande, más tosca, con un tabique finamente marcado y una punta no respingada, ni chata, un poco redonda. De la boca ni hablar, hermosos labios definidos, no gruesos pero sí pronunciados y todo acababa en una barbilla divinamente triangular. De tu piel morena lista y tersa solo resaltaba un lunar a la altura del pómulo a unos escasos centímetros de la oreja cubierta a la mitad por el ya mencionado gorro de donde también colgaba el cable de tus audífonos. Ibas leyendo, no podía ver la portada del libro, pero por la facha me recordó al "Also sprach Zarathustra" que tengo hurtado en mi librero, libro que jamás devolví a la universidad. 
Me gustaste, así de fácil y sencillo. No sé cuántas estaciones de metro recorrimos juntos, pero me hubiera encantado que voltearas a verme más de las escasas cuatro veces que lo hiciste cuando yo no pude quitarte la mirada de encima en todo el recorrido. 
Durante el camino imaginé diversos pretextos para hablarte o que en su defecto tú me hablaras.
No ocurrió, no me atreví. Quizá si no hubiera tomado crema de mezcal, no me hubiera detenido a pensar en la impresión que daría el aliento alcohólico o tal vez no me hubiera atrevido a verte fijo de la manera en la que lo hice. Tal vez si hubiera ido bien peinada y con ropa de moda ajustada, en lugar del chongo y el huipil oaxaqueño que traía me hubiera sentido más atractiva. Chance si hubiera cargado un buen libro como normalmente suelo hacerlo cuando viajo en metro, en lugar del celular sin batería que solo hacía que las manos me sudaran.
Siendo sincera, no busqué pretextos para hablarnos, inventé excusas para pasar desapercibida. Porque en el fondo en ese momento, a pesar de lo mucho que me gustaste, me sentía cómoda al ser ignorada. No por mi atuendo colorido y humilde, ni por mi estado sobrio con aroma a mezcal, sino porque en ese momento la parda en esencia era yo. Y tú, vestido de gris, me pareciste un caleidoscopio de figuras fosforescentes atrayéndome cual insecto ante la luz. Pero ya venía quemada, quemada de una luz pasada que a tragos de alcohol había ido a apagar y curar. 


(Esta entrada empecé a escribirla en noviembre del 2012, me tardé media año en terminar)