jueves, 11 de agosto de 2011

Pusilanime

Y así como si nada lo vi, frente a mí. Recargado en su carro rojo, nuevo, acabadito de salir de la agencia, pinche mamón. ¿Cómo se atrevió? Habían pasado dos años y lo más que había hecho por mí era... Nada. Y ahora se aparecía el hijo de la chingada para erizarme hasta el último poro de la piel con su pinche sonrisita de galán de secundaria de gobierno. Pinche naco. Pero ¿qué podía hacer? Si mi reacción fue la de una india deslumbrada, la verdad es que me estaba muriendo por dentro. Una sensación de esas horribles, horribles, de eso que te dan ganas de tirarte pecho tierra na más para que no vea la cara que pones, pero no lo haces porque las pinches rodillas no te responden. Y tu cerebro lo único que procesa es un "putamadreputamadreputamadre".
-¡Hola! a ti es a quien ando buscando.
Alcanzo a pensar: ya sé pendejo, no veniste a mi edificio na más porque sí.
-¡¡Pablo!! ¡Qué onda! ¡Qué gusto verte!
-¿Cómo estás chaparrita? Ya tanto tiempo sin verte. Te extrañaba.
Y en eso, ¡zas! el wey baja la mirada y me recorre enterita, es cuando me cae el veinte de que estoy en pants, tenis y la playera más holgada que tengo, sin bra abajo y lo peor... Con los pelos parados y la cara lavada. Ya sé, jodida jodida, pero no te burles todavía, que esa no fue la peor parte. Total pues el cabrón na más fija la mirada en la banqueta para disimular su pinche jeta de que de plano me vio pal perro. ¡Hijo de la..! Pero sí, me agarró en las peores, y que me ardo. Pues saqué el cobre, me hice la digna y a tirarle veneno, no me iba quedar en la misma postura de india pisoteada, no, no. Tenía que bajarlo a mi nivel y borrarle ese pinche brillito en los ojos.