lunes, 19 de abril de 2010

El veterano

Estaba el anciano frente a su máquina de escribir. El venir de las ideas y transitaba un coágulo en sus venas. Las palabras floridas salían a través de sus dedos arrugados llenos de cayos. Tlak-tlak sonaban las teclas con ritmo, ritmo de nostalgia que empañaba los lentes del hombre antiguo, lagrimas que inundaban sus cuerdas vocales que ya sin pronunciar sonido, trasmutaba su sentir en palpitantes letras que resaltaban sobre aquella hoja en blanco que tragaba y guardaba en su seno cada lucubración. Consumiendo tiempo, espacio, renglones y oxígeno, que sus canas no en vano se evaporaban y cual bestia, el pensamiento devoraba sus carnes dejándolo casi en el esqueleto. Nacido para morir, su epitafio se rasgaba sobre su columna vertebral que a pesar de ser corva aún aguantaba el orgullo enardecido del señor y un alma bien custodiada en la médula. Los recuerdos de la primera mujer que amó con pasión y las fotografías mentales de sus niños en pañales y chimuelos, el dolor de su madre muerta, la impotencia ante aquel despido injusto, las navidades, las borracheras con los compadres ¿Y qué quedaba? Un veterano loco y triste, para el que ya nada le servía un pan, ni licor, para el que una casa era demasiado y para el que ya ni a un perro era compañía. El coágulo seguía en curso, atravesándolo, recorriendo cada parte de su cuerpo, como bomba de tiempo. Ya para las últimas líneas de su escrito, el grumo de sangre llegó a su cerebro, dejándolo casi parapléjico. Ante su último respiro logró teclear FIN y falleció, murió un escritor viejo sin saber que había escrito su obra máxima, sin poderla leer, sin enterarse de qué trató su vida entera.

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