domingo, 21 de febrero de 2010

De madrugada

Vivía con ansiedad. Despertó con el estomago revuelto a punto de explotar. Necesitaba agua, corrió, alcanzó un vaso, bebió.
Estaba rechinando los dientes, la quijada se le trababa de vez en cuando. Dolor intenso.
¿Qué podía hacer? Temblaba, sudaba frío. Se sentó en la sala y decidió esperar a ver si se pasaba. Una hora, las cosas seguían igual. Fue al bañó, se inclinó, llevo su dedo a la boca y lo introdujo hasta la garganta, se arqueó pero no salió nada. Ojos llorosos. Se sentó sobre el lavabo. Sentía calambres dentro del encéfalo; como si fueran agujas las que atravesaran el cráneo y la torturaban.
Se tiró al suelo y arrastró por el pasillo, su pijama se atoró en un tornillo mal puesto de la alfombra, tiró con energía y la tela se desgarró. Siguió hasta llegar a los escalones, intentó subir pero no tenía fuerza suficiente. Comenzó a retorcerse, unos cuantos dientes se tambaleaban de tanta fricción ya. Tenía las uñas largas, se rasguñaba cara, nuca y cuello. Estaba brotando sangre de las heridas infringidas. Se clavaba las uñas con tal fuerza que más de una se quedaron clavadas en el cuero cabelludo. Su vista se veía opacada por la sangre, se había cortado los parpados.
Se puso de pie en un último acto de desesperación, logró enfocar un muro, corrió y su agonía concluyó cuando, en el impacto de su cabeza, se rompió el cuello.


FIN

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